lunes, 25 de febrero de 2013
UNA ESCUELA PARA SEMBRAR BAILANDO (Aurora Bolívar)
Hace no mucho tiempo, una persona admirable para mí despertó un grito pedagógico en mi interior al referirme la andadura de sus sueños con las siguientes palabras: “La tierra que queremos sembrar bailando”.
Siempre hay alguien o algo que me inspira a escribir cualquiera de mis artículos, y éste en concreto, se lo debo a esa fuente de inspiración que esas palabras suyas produjeron en mí como maestra.
Maestra, ¿y cómo se siembra una escuela bailando? –podrían preguntarme mis peques ahora mismo, dudando, probablemente, si su maestra se ha vuelto loca-.
La única forma de construir mi escuela partiendo de la danza viva de las sonrisas, no es otra que dando voz a quiénes darán vida a ella, en su día a día. ¿Es que acaso un niño no merece opinar sobre cómo deberían ser construidas las escuelas que ellos habitan?
Quiero una escuela en la que la ilusión de un niño orientándonos en su construcción sea más necesaria que las manos de los adultos que la estemos construyendo.
Quiero una escuela en la que las manos de los niños sean las que pongan el primer ladrillo, simplemente porque ellos decidieron que se debía empezar por ahí. A partir de entonces, cada uno de ellos, con su infancia y sus sonrisas…¡que ayude felizmente en lo que pueda!. ¡Qué bonito sería entrar a mi clase, siendo niña, y sentir que el decorado de esa pared, o el color de esa estantería con libros, lo elegí yo!.
El contacto con la naturaleza sería condición indispensable para elegir el lugar donde llevar a cabo nuestro sueño, el mío, el de mis maestros y amigos, y por supuesto, el de los niños que le darán vida a ese sueño. Siempre me recordaré leyendo un cuento a mis alumnos de la escuela de la colonia de Villa de Guadalupe, en El Salvador, en la que carecíamos de paredes, de aseos, de mesas y sillas individuales, pero teníamos unas preciosas palmeras que rozaban nuestros cabellos mientras escenificábamos a los personajes de esa lectura que yo les acababa de leer, mientras una familia, al mismo tiempo, estaba siendo testigo irremediablemente (la puerta de su casa daba a la pista de
Aurora Bolívar 2
cemento en la que dábamos clase) de lo que allí estaba sucediendo. Aquí todo queda de puertas para adentro y allí la educación se salva porque todo se siembra de puertas para afuera.
Quiero una escuela para la vida y la sonrisa, para el aprendizaje y para el juego, para la reflexión y la investigación, para no contar tanto, sino dejar que descubran por sí mismos lo que les empezamos a contar aquel ratito. Quiero, sobre todo… una escuela para el humanismo en su más pura esencia infantil.
Quiero una escuela en la que la música sea nuestro amanecer y nuestro atardecer. Una escuela en la que las notas musicales de las numerosas melodías que tocan el alma, sean descubiertas y compartidas de un niño a otro, y se las recomienden como recomiendan sus libros favoritos.
NO quiero maestros, quiero personas capacitadas para enseñar lo que aman, para enseñar a los niños a amar eso que ellos aman. Pero sobre todo, quiero personas con altas capacidades intelectuales…sólo medibles con un coeficiente intelectual: el de la inteligencia emocional (I.E.)
Quiero, quiero, quiero…quiero tanto una escuela para la vida, que de nada me sirve soñar con ella si ese sueño no va cogido de la mano de cada uno de mis maestros, mis soñadores y altruistas de corazones que en ella quieran trabajar. Y no altruistas porque el sueldo no sea lo importante, sino porque sientan, como yo, que el sueldo es lo menos importante, porque si no tuviéramos para comer, las últimas energías las gastaríamos asistiendo a nuestra escuela, para morir alimentados del único pan que nos quedó: la sonrisa de un niño que aprende feliz.
Sólo así, podría algún día construir la escuela que mi historial de alumnos y alumnas me piden cuando les invito a soñar con la autoconstrucción de la escuela de sus sueños. Sólo escuchando sus blancas y soñadoras voces, podríamos hacer bailar a nuestro corazón cada mañana al trabajar, y cada día al despertar.
Sólo por ellos, me merezco como maestra el derecho de soñar, construir y bailar eternamente… con mi escuela de la libertad.
¡Cuánto me queda por leer y estudiar! para que algún día, ojalá algún día, esto pueda llegar.
Con cariño,
Aurora.
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